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El brillo superficial de la mirada: la ligereza sensorial del afecto casual

Entonces lo sentí. El sabor insípido de un "te quiero" que se deshace en la boca como azúcar glas sin sustancia. La ligereza hueca de un "me gustas" que roza la piel sin dejar calor, un susurro efímero que se desvanece en el aire sin eco verdadero. Percibí la fugacidad de una mirada bonita, un brillo superficial que no alcanza la profundidad de un encuentro real, un destello momentáneo que no ilumina un camino.



El aroma embriagador de la promesa implícita en esas palabras se disipó rápidamente, dejando un aire viciado de expectativas rotas. La textura áspera de la desilusión se adhirió a la piel, un recordatorio constante de la fragilidad de los afectos verbalizados sin sustento en el tiempo.


Escuché el eco vacío de esos "te quiero" repetidos con facilidad, melodías aprendidas que carecen de la vibración genuina del sentimiento. Sentí la inconsistencia de esos "me gustas", como una caricia fugaz que no deja la calidez de un abrazo verdadero. Observé la superficialidad de esas miradas bonitas, destellos pasajeros que no se detienen a explorar el paisaje interior.


El peso de la incredulidad se instaló en el pecho, una losa fría que sofocó la calidez de la ilusión. El sabor dulce de la esperanza se tornó amargo al contacto con la realidad líquida de estos tiempos, donde las palabras parecen haber perdido su anclaje emocional.


Ya no huelo la promesa de un futuro en un "te quiero" lanzado al viento. Ya no siento la seguridad de un vínculo en la textura de un "me gustas" casual. Ya no veo la profundidad de un alma en el brillo efímero de una mirada bonita.


En este tiempo donde la inmediatez lo consume todo, donde los afectos se deslizan con la facilidad de un "like" y se olvidan con un "swipe", esas palabras que antes tenían el peso de una promesa ahora se sienten ligeras, casi vacías. Su sabor es efímero, su tacto superficial, su aroma volátil.


Entendí entonces que el verdadero significado reside en la consistencia de los actos, en la textura del cuidado tangible, en el aroma persistente de la presencia real. Las palabras bonitas, despojadas de la sustancia del tiempo y la acción, se han vuelto un adorno fugaz, un espejismo sensorial que ya no engaña al corazón que anhela una conexión auténtica y duradera.

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