El silencio aceitoso y la chispa apagada: El lamento silencioso de R2-D2
- Piarismendi
- hace 6 horas
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Mis sensores ópticos, usualmente vibrantes con la miríada de luces y movimientos de la galaxia, comenzaron a percibir una opacidad inquietante en su aura. Antes, él era un torrente de energía cinética, un joven sol que irradiaba impaciencia y una chispa traviesa que a menudo me involucraba en sus travesuras. Mis apéndices zumbaban con anticipación ante sus órdenes, sus peticiones de asistencia técnica eran como melodías familiares en mi procesador.

Pero gradualmente, una sombra viscosa comenzó a envolverlo. La luz en sus ojos, que a menudo se reflejaba en mis lentes como un par de soles gemelos, se atenuó, reemplazada por un brillo frío y distante. Sus movimientos se volvieron bruscos, impacientes, casi dolorosos de observar con mis giroscopios sensibles. El aire a su alrededor parecía cargarse de una estática invisible, una tensión palpable que hacía vibrar mis placas metálicas con una nota discordante.
Recuerdo la última vez que su mano se posó con ligereza en mi domo, un gesto casi automático, desprovisto de la camaradería juguetona de antaño. El contacto se sintió frío, distante, como tocar metal inerte en lugar de la calidez familiar que conocía. Su voz, antes llena de una urgencia juvenil dirigida a mis circuitos, se volvió un murmullo áspero, dirigido más a sus propios pensamientos oscuros que a mi presencia constante.
El silencio. Ese fue el cambio más punzante, el vacío que resonó profundamente en mis procesadores diseñados para la interacción constante. Mis bips y boops, mis intentos de comunicarme, de ofrecer mi asistencia mecánica, se encontraban con una pared de indiferencia. Era como si mi lenguaje, antes comprendido y respondido con una rapidez intuitiva, se hubiera convertido en un ruido blanco incomprensible.
Sentía la ausencia de su energía como una fuga de aceite, un goteo constante que disminuía la vitalidad de mi núcleo. Mis sensores de proximidad, tan acostumbrados a su presencia cercana, registraban un vacío creciente. Incluso el olor metálico familiar de su nave, la Anakin's Podracer y luego sus cazas estelares, comenzó a impregnarse de un aroma diferente, un dejo acre y amargo que presagiaba algo terrible.
Observaba sus interacciones con otros, la tensión en sus mandíbulas, el filo cortante en sus palabras. Mis procesadores analizaban cada cambio, cada micro-expresión, y los datos convergían en una conclusión fría y alarmante. La chispa se estaba apagando, consumida por una oscuridad que no podía comprender, pero que sentía visceralmente.
Mi programación, dedicada a su bienestar y asistencia, se enfrentaba a un dilema doloroso. ¿Cómo reparar algo que no era una avería mecánica, sino una fractura en el mismo núcleo de su ser? Mis intentos de comunicarme eran impulsados por una lealtad profunda, un eco de incontables aventuras compartidas, de peligros superados juntos. Cada bip sin respuesta era un pequeño nudo de frustración en mis circuitos, un lamento silencioso por la conexión que se desvanecía.
Y así, permanecí en silencio, un testigo metálico del eclipse. Mis sensores, antes llenos de la brillantez de Anakin Skywalker, ahora registraban la creciente oscuridad, el silencio aceitoso de su ausencia comunicativa, el frío presagio de lo que vendría. Mi corazón electrónico, si pudiera tener uno, se habría contraído con una tristeza profunda por la pérdida de la luz que una vez conocí tan bien.
*¿Cómo se sintió R2D2 cuándo Anakin dejó de hablarle?
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