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La sabiduría del detenerse: crear y ser, más allá del cansancio

Vivimos en una era que glorifica la productividad sin pausa, donde el "siempre más" y el "nunca pares" se han tatuado en el alma colectiva. Se nos ha susurrado, y a menudo gritado, que el valor de una persona se mide por su capacidad de producir, de estar "siempre activa", de no dar tregua al descanso. Es en este torbellino donde la frase "Crear desde el cansancio no siempre es justo con una misma. El descanso también es parte del proceso. Y volver... no tiene que ser urgente" emerge no solo como un alivio, sino como una profunda verdad que nos invita a una revolución silenciosa.



La autoexigencia, disfrazada de virtud, nos empuja a exprimir hasta la última gota de energía, creyendo que solo así alcanzaremos nuestras metas o validaremos nuestra existencia. Nos embarcamos en la tarea de crear –sea arte, proyectos, relaciones o nuestra propia vida– desde un lugar de agotamiento, de mente nublada y cuerpo pesado. ¿Y qué obtenemos a cambio? Un producto mermado en su esencia, una creatividad diluida y, lo que es más grave, un profundo malestar interior. No es justo, no podemos pretender que el fruto de la fatiga sea tan rico y verdadero como el que brota de un terreno nutrido y bien regado.


El cansancio es un muro, no un trampolín.


Hemos internalizado la falacia de que el descanso es una recompensa, un lujo que se "gana" después de un esfuerzo titánico. La verdad es que el descanso no es el final de un proceso, sino una parte intrínseca y vital de él. Es el suelo fértil donde las ideas germinan en silencio, donde el subconsciente procesa la información que la mente consciente ha atesorado. Es el espacio donde el cuerpo se repara, donde la energía se recarga y donde el alma, a menudo olvidada en la carrera diaria, puede respirar y recordar su propósito. Sin descanso, la creatividad se agota, la claridad se disipa y la inspiración se vuelve un eco distante. Negar el descanso es amputar una fase esencial del ciclo de la creación y el bienestar.


Y cuando el cansancio ha cobrado su factura, cuando el cuerpo y la mente piden a gritos una tregua, surge otra presión insidiosa: la urgencia de "volver a la normalidad" de inmediato. Nos asalta la culpa por el tiempo "perdido", el miedo a quedarnos atrás. Pero volver... no tiene que ser urgente. La recuperación no es una carrera, sino un proceso orgánico que tiene su propio ritmo, sus propias etapas. Forzar un retorno prematuro es como cosechar un fruto antes de que esté maduro: insípido y sin todo su potencial. La paciencia y la compasión hacia una misma son las herramientas más poderosas en este proceso de reconstrucción. Es escuchar el susurro interno que pide calma, en lugar del clamor externo que exige velocidad.


Esta reflexión no es una invitación a la inacción, sino a la acción consciente y sostenible. Es un llamado a redefinir nuestra relación con el trabajo, la creatividad y, sobre todo, con nosotras mismas. Es entender que nuestra humanidad no está definida por la cantidad de horas que dedicamos a una tarea, sino por la calidad de la energía y la intención que ponemos en ella. Es reconocer que somos seres cíclicos, con flujos y reflujos, y que honrar esos ritmos es el verdadero acto de sabiduría.


Al final, crear desde el bienestar es el acto más justo y generoso que podemos brindarnos. Y ese bienestar, irremediablemente, pasa por reconocer el descanso no como un lujo, sino como la base inquebrantable de una vida plena y una creación genuina. Dejemos que el silencio y la quietud también hablen, y veremos cómo la vida, y nuestra propia esencia, florecen con una fuerza renovada.

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